
Por Miguel Passarini
Un hombre común llega a una entidad bancaria para solicitar un crédito. La acción es simple y concreta, el lugar y los personajes también lo son. Sin embargo, algo enrarece ese vínculo, porque el que va a pedir el crédito es “insolvente”, y el gerente del banco en cuestión, poco complaciente: sin garantías (de hecho no las hay, sólo la palabra), el préstamo no se puede concretar. la nota completa